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  • Andrés de Santa María
  • Bailarinas,1936
  • Óleo /Madera
  • 14 x 18.2 cm
  • icono bandera Colombia

Reseña

Parece imposible realizar una pintura con tanta fuerza como Bailarinas, de Andrés de Santa María, en una superficie de madera de apenas 14 por 18 centímetros: una pequeña miniatura que, sin embargo, ofrece una notable variedad de planos y de personajes. Al comienzo puede resultar casi incomprensible lo que vemos dada la agitación de trazos y colores pero luego todo se aclara. La escena representa un baile de flamenco en el que es posible identificar dos “bailaoras” con sus amplios vestidos en amarillo y rojo intensos, que dejan ver entre ellas al acompañante masculino, además del guitarrista ubicado a la izquierda del cuadro. A lo largo de su vida en Europa, Santa María mantiene una proximidad muy grande con España, que visita con alguna frecuencia. Cuando finalmente expone su obra en dos grandes retrospectivas en Bruselas (1936) y en Londres (1937) la crítica y la prensa hacen más referencia a sus vínculos con España que a su origen colombiano, lo que puede explicarse por la admiración que manifiesta muchas veces por la pintura de El Greco y de Velásquez y por la presencia de temas populares españoles, como el de esta pintura. Se trata, por lo demás, de intereses que están presentes en muchos de los artistas que contribuyeron a la aparición del arte moderno, como Eduard Manet, por ejemplo, quien veía en Velásquez la encarnación de sus ideales de una pintura que hablara de la sociedad concreta y no de recuerdos académicos. También Santa María quiere reflejar el contacto con la realidad, que busca siempre, incluso en su amplia serie de conmovedoras pinturas religiosas. Como ocurre en las obras de mayor formato, Andrés de Santa María logra en este caso involucrarnos en la escena a través del uso de los recursos propios de su lenguaje pictórico; pero el tamaño de esta pequeña tabla hace particularmente arriesgado el manejo de su técnica que podría correr el riesgo de convertirse en un enredo matérico. Sin embargo, el artista encuentra un equilibrio casi imposible reduciendo los toques de espátula a dimensiones mínimas pero sin renunciar a su fuerza y violencia, lo que le permite conservar la intensidad de la materia y de unos colores que él prepara personalmente para garantizar su calidad y brillo. Aunque podía parecer un intento imposible, Bailarinas nos entrega una compleja variedad de espacios y de luces que no vemos de manera directa pero que se insinúan por los contrastes de color. Es evidente que nos encontramos en un ambiente nocturno, con unas fuentes de luz bajas que se encuentran detrás de los personajes y que proporcionan un fondo más claro sobre el cual se destaca el colorido de los vestidos, mientras más allá se extiende una oscuridad de muchos colores. Pero, en el fondo, nada de eso resulta importante; no nos preocupa identificar qué hay en ese espacio complejo porque, en realidad, todo lo que pudiéramos suponer que existía allí ha sido transformado en toques magníficos de luz y de color que hablan a nuestra sensibilidad y nos introducen intuitivamente en la escena: materia y color de extraordinaria energía, que podemos definir como “expresionistas”, si eso significa que nos hacen sentir intensamente la realidad.

Biografía del autor

Andrés de Santa María nació en Bogotá en 1860. En 1862, huyendo de la guerra civil que azota al país, la familia se traslada a Inglaterra y posteriormente a Bruselas, donde recibe su primera formación. En 1878 la familia se traslada a Francia donde el padre cubre un cargo diplomático. En 1882 ingresa a la Escuela de Bellas Artes de París donde tiene entre sus compañeros a Ignacio Zuloaga y Santiago Rusiñol. A la vez que expone en París responde a una serie importante de encargos que recibe desde Bogotá. En 1893 se casa; la nueva familia decide establecerse en Bogotá donde permanece hasta 1901; en este período es profesor de paisaje en la Escuela de Bellas Artes, período en el cual aporta su conocimiento del Impresionismo. Bajo el impacto de la Guerra de los Mil Días decide regresar a Europa. En 1904, por invitación del presidente Rafael Reyes, vuelve a Colombia como director de la Escuela de Bellas Artes, aportando ahora su conocimiento directo de algunas de las propuestas del Posimpresionismo, lo que genera muchos debates. Un 1910 dirige la muestra de Bellas Artes en la Exposición del Centenario de la Independencia. En 1911 se establece definitivamente en Europa y nunca vuelve a Colombia; desde entonces su figura se hace cada vez menos conocida en el país. Un nuevo debate se genera en 1926 por el tríptico sobre la Batalla de Boyacá que realiza para el Capitolio Nacional. Muere en Bruselas en 1945.

Carlos Arturo Fernández – Grupo de Teoría e Historia del Arte en Colombia, Universidad de Antioquia